Redactado por: Maricha Martínez Sosa
FANTASÍAS CUMPLIDAS ANTE LA REGRESIÓN A UNA INFANCIA, QUE NO ES LA TUYA
Estás viviendo en carne propia los cambios de temporadas y como el otoño que inició siendo agradable estaba tornandose cada día más hostil. De repente te llaman con una propuesta que no puedes rechazar: una escapada de bajo presupuesto a la montaña. Evidentemente no tienes la ropa necesaria porque eres del Caribe y recién acabas de llegar a España, sales en búsqueda de lo más barato que te permita realizar el viajecillo y de paso aguantar el frío invierno que viene en unas cuantas semanas, pides algunas piezas prestadas pues se salían de presupuesto y te vas.
¿A dónde?
Acabas llegando a Somiedo, un Parque Natural ubicado en el Centro de la Cordillera Cantabrica, que fue nada más y nada menos que declarado en el 2002 como Reserva de la Biosfera por la Unesco.
Allí descubres uno de los paisajes más accidentados de Asturias con impresionantes desniveles que van desde los 400 hasta los 2,200 metros (¡imaginense que el Pico Duarte es un 3,000!), compuesto por amplios bosques, montañas blancas y lo más impactante: lagos y lagunas glaciares.
Entre las casi eternas caminatas acabas hundido hasta los muslos en la nieve y pidiendo que vengan en tu auxilio pues no puedes parar de reír y cuanto más intentas salir ¡más bajas! Descubres lo divertido que es ir corriendo sobre lagunas congeladas y como consecuencia acabas con las medias en modo exprimible, tanto que luego le sacas un chorro de agua. Cumples la fantasía de hacer angelitos en el suelo y de formar equipos para peleas con bolas de nieve. Sientes como que vuelves a la infancia pero a una que no te pertenece, a esa que veías en las películas, pues en el Caribe nieve ¡ni de broma!
En medio de la aventura los anfitriones y responsables de que estés allí sacan una bota con vino, de esas que te llevaban en los souvenirs y que nunca habían tenido sentido para ti, sacan también unos embutidos y quesos tan sabrosos que acabas chupandote los mugrosos dedos y te dan la mejor noticia: al terminar el recorrido irán a comer a un restaurante del pueblo ¡y a beber sidra de la de verdad! que termina siendo servida de la manera más tradicional por el viejito dueño del lugar, emocionado de que fuera tu primera vez allí.
Esa fue la experiencia que me regalaron mi hermano y amigos, pero puede ser también la de cualquiera que opte por hacer turismo ecológico, por vivir un finde en contacto total con la naturaleza, por respirar aire puro y por disfrutar (y sentir hasta en los cabellos) el blanco más blanco que verán en toda su vida.