Confieso que he volado.
He viajado en aviones inmensos, cruzado naciones, océanos y continentes. Y sí, esas experiencias son fantásticas y en un escenario ideal, yo las repetiría probablemente hasta el infinito. Ahora, nada se compara con la sensación de volar en un pequeño aeroplano monomotor y descubrir mi propia ciudad natal, desde el aire, por primera vez. Esa vivencia es tan impactante que aún me resulta difícil describirla.
Mi experiencia arrancó con la llegada al Aeropuerto Internacional Dr. Joaquín Balaguer (a.k.a. “Aeropuerto Internacional La Isabela” y/o “Aeropuerto del Higüero”). Sin dudas era notablemente más pequeño, en volumen y flujo, de lo que estoy acostumbrada. Amé lo relax del ambiente, un par de pasos y ya había pasado el chequeo previo al abordaje.
Desde la sala de espera pude ver a otros descender en el avión que pronto me permitiría vencer la fuerza de la gravedad. Y, cuando llegó la hora y dicha nave estuvo lista, nos pasaron a buscar en un carrito de golf que nos dejó justo en frente de una oficina. Se procedió a la entrega, inspección y acondicionamiento de algunos detalles necesarios y nos dieron el GO! de entrada. Inmediatamente, al montarme, caí en cuenta de que cuán reducido era el espacio. Definitivamente, esto no era apto para claustrofóbicos, pensé. Era bizarra la sensación de estar allí, tan evidentemente “trancada” y sin posibilidad alguna de salir sola con facilidad.
Me abroché los cinturones, acomodé los audífonos, probé el micrófono y “arrancamos en fa”. Esa “cuestión” parecía no tener amortiguadores, créeme cuando te digo que ¡se siente todo! Hasta que de repente dejé de sentir… porque por unos segundos la cabeza no podía procesar más que una idea: aquella carcacha de aluminio y yo estábamos volando 🤯.
Según entendí, lo que seguía dependía de múltiples cosas como las características del vehículo que te eleva por los aires, las capacidades técnicas del piloto y las (in)clemencias del clima, por decir algunas. En mi caso, todas las variables fueron favorables, permitiendo que entrara en una fase en la que todo me sorprendía y, comencé a disfrutar la extraña sensación de (re)descubrir mi ciudad y sus encantos.
Como nunca la había visto
Cuando decides a ser turista en casa y a redescubrir en aquello que ya te es normal, lo extraordinario, algunas cosas captaron la atención de manera especial. A continuación, te presento lo que más se quedó conmigo.
Sin dudas la más hermosa de las vistas me la regaló la costa y su majestuosa amalgama de colores, que cambiaban sin razón aparente en una hermosa transición por la paleta cromática de los azules y verdes. Recorrer el malecón hasta llegar a Boca Chica es, en resumidas cuentas, cautivador. Me parecía increíble que esta paradisíaca estampa estuviera a menos de una hora de mi hogar. Era como si ella, que ha estado desde siempre ahí, de repente se hubiera puesto coqueta y buscado hipnotizarme con sus tonalidades.
Solo tomó un giro y de repente era como jugar “encuentra a Waldo”, versión lugares. Nada parecía ser lo que era y me costaba un montón reconocer aquellos puntos de referencia que por años he utilizado, como las avenidas, túneles y elevados.
Lamentablemente, las zonas verdes brillaban por su ausencia, hasta que hacían su aparición, casi milagrosa, el Parque Mirador Sur, el Jardín Botánico Nacional, el Parque Iberoamericano o el Parque de Las Praderas. Por su parte, me resultaron hermosamente tristes los cementerios, y el Vertedero de Duquesa, cuya magnitud no hubiera imaginado jamás.
Era evidente cuando no se había hecho ni el más mínimo esfuerzo de hacer las cosas bien o, por el contrario, cuando el diseño urbano había sido el producto de largos y exitosos procesos intelectuales. A mí me resultaron destacables por su atractivo, la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), el Palacio de Bellas Artes y el Estadio Quisqueya.
Si tienes la oportunidad, asume esto como una señal de incluir en tú “Bucket-list el sobrevolar la ciudad”, ¡es un plan que vale todos y cada uno de los esfuerzos y centavos que le inviertas! Tal y como he hecho en ocasiones anteriores, te reitero la invitación a que te vuelvas un turista en casa, pues Santo Domingo continúa evolucionando ante nuestros ojos, ofreciendo siempre interesantes perspectivas para volver a conocerla, apreciarla y amarla.
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Redacción y fotos: Maricha Martínez Sosa, PhD.