¿A quién se le ocurre hacer senderismo en el extranjero cuando en República Dominicana no hace cardio? Mi único ejercicio es llevar la cuchara a la boca y masticar, además de ser perseguidora de postres como cheesecake o bizcochos de chocolate.

Sí, esa misma que escribió esta historia que pensó que no sobreviviría bajar una montaña caminando hasta el autobús. Pero, después de hacer turismo en México, comer chapulines, tomar mezcal y visitar el cementerio, ¿qué más puede pasar?

Unas 15 personas nos trasladamos a las 9:00 de la mañana de San Luis Potosí a Armadillo de los Infantes, casi una hora en bus. Dejar atrás la civilización y adentrarse en las montañas es el símil de viajar del Distrito Nacional a Constanza en República Dominicana.

La carretera es larga y estrecha, un vehículo por cada dirección, mientras el horizonte se cubre de elevaciones montañosas con colores verdes, amarillo y gris, y un cielo azul sin el rastro de una nube que llora a cántaros. 

Al llegar al pueblo, el guía Isaac preguntó sobre las condiciones físicas de cada explorador catalogándola como verde, si estás en perfecto estado, amarillo con alguna condición física y roja, en alerta. Mientras, unos iban preparados para la aventura, otros estaban emocionados y luego estaba yo, pensando a qué locura accedí.

El equipo debía presentarse. “Hola, soy Karla Alcántara de 21 años. Alérgica al jengibre y al picante. Llevo mis medicinas en la mochila, una botella de agua, mis documentos, un abrigo y necesito un bastón porque no hago ejercicio en Dominicana”, expliqué cuando llegó mi turno.

Todos se sorprendieron, que siendo la más joven del grupo necesitaba un bastón de trekking. “Me siento en verde, pero puedo pasar a amarillo, ya que no soy deportiva”, agregué.

Después de las presentaciones, el recorrido inició a las 11:16 a.m. por el pueblo. El clima no era caluroso a pesar de estar el sol brillando en el firmamento. En este lugar, el tiempo parece haberse detenido en el siglo XVII. Es adentrarse por las calles empedradas, estrechas y casas abandonadas sin ser ruinas. Es estar en un pueblo fantasma, ningún ser humano más que nosotros interrumpiendo la naturaleza.

El trayecto fue bordeando las montañas, subiendo, bajando senderos y atravesando riachuelos hasta encontrar las ruinas de Nicanor, un personaje que sobrevivió a las guerras de los Caras Rojas, es decir, los pueblerinos que pintaban sus rostros de sangre cuando “vencían” a los españoles y adecuó su territorio para ser autosuficiente, de acuerdo con los guías Isaac y Laura.

Es estar a 2,100 metros por encima del nivel del mar. Al llegar a sus ruinas, es una casa parecida a la ciudad de los Pitufos, escondida entre piedras, arena y polvo. 

Sentarse unos minutos bajo la sombra de árboles disecados y de ramas finas es sentir como el mal de altura pega fuerte, te roba la respiración y sientes que el pecho se te cierra cada vez que tomas una respiración profunda. Ahí descansamos unos 35 minutos, el equipo se hidrató, unos aprovecharon para degustar un sándwich, capturar fotos y sentarse en los bordes del que fue un hogar hace cientos de años pero hoy es una ruina atrapada por la vegetación.

Retorno

Para regresar es más “fácil” porque es una ruta en descenso, pero hay más rocas y piedras. Llegar al pueblo parece ser menos difícil, sin embargo, los dedos de mis pies estaban rojos y me sentía agotada. Disminuí el paso varias veces, hasta quedar de última con la guía Angela, que nunca se alejó y conversaba conmigo para subirme el ánimo y llegar a la meta de acuerdo a mi ritmo.

Casi cinco horas de un trayecto con paisaje árido, leves chorros de agua, señal de que una vez existió un caudaloso río e incluso popó de algún animal gordo y robusto como caballo o vaca.

Al llegar al pueblo y ver la civilización, un sentimiento agridulce invadió mi mente, porque el corazón no es más que un órgano que bombea sangre. ¿Cómo pude caminar 10 kilómetros? ¿Cómo no me di por vencida? Es la fuerza de voluntad que todos tenemos dormida en el interior, esperando por nosotros y sacarla para dar el 101% en lugares desconocidos y retadores.

Es la enseñanza del turismo, salir de tu zona de confort y arriesgarte por una nueva aventura. Alguien dijo, “No me gusta que me cuenten las cosas” y efectivamente, si me quedaba a mitad del camino no estaría aquí contando la locura que hice a 4 horas de mi tierra, en avión.

Aprendizaje

Sé sincero con tu capacidad física, no está mal caminar a tu ritmo y conocer hasta dónde puedes llegar.

Aunque seas joven usar bastón para hacer hike no está mal, ayuda a soportar tu peso en las empinadas y brinda equilibrio en el terreno pantanoso.

Se necesita voluntad mental y emocional. El trayecto es de 10 kilómetros caminando bajo sol, con una mochila solo con lo necesario para la sobrevivencia.

Comunícate con los guías. Ellos están capacitados para ayudar, detenerse y aconsejar para cumplir con la meta sin poner en peligro tu vida y salud.

¿Lo volvería a hacer? Quizás, cuando decida subir los 3,000 metros del Pico Duarte. Sin embargo, definitivamente me quedo con esto: Viajar es salir de la zona de confort y dar la milla extra para coleccionar momentos.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí