El pasado miércoles 30 de marzo a las 6:44 p.m. mi carrito, I10 de la Hyundai decidió detenerse en el semáforo de la Winston Churchill con 27 de Febrero. Ya era casi de noche. Caía una intensa y constante llovizna, intenté encenderlo sin resultados, prendí las luces de emergencia, llamé a mi hija menor para que contactara el “rescate” de la Monumental de Seguros, dando los datos como podía y con los nervios de punta pues los bocinazos para que moviera el vehículo eran ensordecedores y angustiantes…, todo eso después de repetir el Salmo 23, mirar al cielo negruzco e invocar ayuda de Dios y de mis 3 grandes amores que ya están en la casa del Padre (mi esposo y mis padres). Nuevos intentos y ¡NADA!
Para ponerte en contexto: soy una mujer de 74 años, mido 4’ 10’, peso 80 lbs. Soy una de esas a las que todos llaman “doñita” con ternura (aunque no soy fan del término). En ese momento solo tenía deseos de untarme el famoso “aceite la loca” y salir juyendo pero… no era posible. Ya la luz de emergencia no funcionaba, bajé un poco los vidrios para respirar mejor sin mojarme demasiado. La angustia estaba creciendo a millón, supongo que las maldiciones e insultos de los vehículos cercanos también aumentaban, seguí en comunicación con mi hijita, sacada de su trabajo y convertida en mi call center personal, quien me dijo que ya había contactado al servicio de rescate. No sabía qué más hacer, me hubiera gustado oir música pero no tenía batería y con el ruido del entorno… en ese momento pensé en los agentes de tránsito que suelen estar en esa intersección. Luego de varios intentos, logré que la bocina funcionara, y toqué, toqué y retoqué con desesperación “y entonces llegó un ángel con capa amarilla”.
“Saludos señora, parece que tiene problemas, ¿en qué la puedo ayudar?” Dios y mis 3 amores del cielo me enviaron UN ÁNGEL para sacarme de este atolladero. Solo pensé: gracias, gracias, gracias…
El cabo Fabián Santana de la DIGESETT me transmitió paz y seguridad, me hizo sentir que NO estaba sola, que me iba a ayudar y ¡LO HIZO! “Doña, por favor ponga el vehículo en neutro que lo voy a empujar para cruzar la 27 y esperar una grúa para llevarlo a un lugar seguro, mientras tanto lo movemos para que no obstaculice y usted se serena”.
Confundida le dije: “Gracias agente, pero ¿usted solito va a cruzar la 27 de noche, lloviendo y empujando mi carrito?”
A lo que contestó: “Lo vamos a intentar mi doña”.
¡Qué miedo! Yo no veía bien por la lluvia y por no tener luces… Pero se logró, a pesar de la alocada caravana de guaguas y carros pitando como que el mundo se iba a acabar si disminuían la velocidad. El cabo quería que lo moviéramos un chin más para que no le rompieran el alma y el trasero a mi pobre I10. En medio del agobio solo le escuchaba decir: “No lo frene doña” y yo, entre angustia y miedo vociferaba: “Agente, no estoy frenando, ¡es que se trancó el guía…!”.
Paramos de nuevo, me dijo: “abra el bonete señora y voy a buscar agua”. A lo que contesté: “en el baúl hay “coolant”… Lo busca y determinado a resolver la situación con su propia capa ¡comenzó a abrir el radiador! A lo que grité: “Nooo, espere, que tengo una toallita”.
El “paciente” (mi carrito) se bebió el galón de coolant y al refrescarse permitió que el guía se liberara y que Fabián lo empujara a un espacio más seguro. Ambos respiramos mejor…, el agente me avisó que iba a chequear el tránsito y cuando volvió trajo refuerzos: la raso Mejía Lorenzo. Otro ángel en uniforme. Y yo solo pensaba: ¡Gracias Señor por tanto!…
Apareció la grúa “Sánchez”, ya el ánimo no me dió para escribir el nombre del conductor y con el estrés lo olvidé, pero recuerdo que la conducía ¡otro ángel! Mi suerte fue tal que me tocó el gruero más atento de la bolita del mundo…, ese chofer me habló con tranquilidad, me pidió que esperara en un lugar menos peligroso, subió y aseguró el vehículo y me dijo “¡Venga señora, que usted va conmigo!” Al ver el tamaño del escalón pregunté: “¿Y cómo subo? Eso está muy alto y no alcanzo.” Me miró y dijo rotundamente: “yo la cargo”. Yo, que con el cansancio de un arduo día de trabajo ya no daba para más, no tuve de otra que acceder. Y estaba, a los 74 años, siendo cargada bajo la lluvia por un gruero, tanto para subir, como para bajar… Llegamos al parqueo y con gran pericia puso al averiado en su lugar… ¡parecía increíble pero ya estaba en mi casa! Seguía agradeciendo …
Dos días después me di cuenta de que aún no habían cerrado las puertas del cielo o al menos el expediente de este incidente… y salió otro ángel, esta vez venía con ropa deportiva negra y su nombre es Luis Tirado, se trata del suegro de mi hija menor, quien adoptó mi causa, removiendo el mundo de los mecánicos y de los repuestos para sacar del “coma” a mi carrito.
Todo esto me mueve a decir que vale de mucho tener en tu entorno a gente que resuelve; que aunque a veces parece que no, esta vez sentí que los agentes de la DIGESETT velaron por mi seguridad y me hicieron sentir protegida; que pese a parecer una falacia los conductores de grúa sí pueden ser atentos, que los amigos siempre llegan cuando los necesitas y que las hijas el día de su cumpleaños socorren a su madre… Hay etapas en las que parece que los ángeles humanos trabajan horas extra, y ante mi reciente experiencia decido gritar al universo (y a todos los involucrados) una de las palabras más bellas y significativas que conozco: ¡¡¡GRAAAAACIAS!!!