La definición de turismo es simple y llana: “aquel viaje que transporta en los recuerdos a las personas que fueron felices”. Muchos abogan por los viajes en familias, amigos e incluso parejas. Pero, una aventura en solitario, una que se vuelve familiar al momento de caminar por las estrechas calles de la Zona Colonial, levantar la mirada hacia los edificios coloniales y contemplar las trinitarias caer desde la ventana superior.
Para viajar es esencial amar, soñar y tener ganas de sobreponer la felicidad ante cualquier evento adverso. ¿Acaso el sentido de la vida es llenar la memoria con fotografías mientras los rayos del sol adornan la piel?
Como dirían los antepasados, un sábado cualquiera, antes del sol ocultarse, pero mucho después del almuerzo:
—Un ticket de estudiante, por favor.
—Enséñeme su carnet.
Las ágiles manos del estudiante buscan sus credenciales en la mochila y se la entregan al delgado hombre de cabello negro y lentes ovalados.
“Son RD$100”, indica al pasar una factura de pago. “Puedes pasar, disfruta de la función” agrega con una sonrisa en el rostro. Le dedica un gracias silencioso y entrega el ticket morado al personal de seguridad que luce agotado.
El lugar estaba constituido por una carpa construida en la Plaza España, ciudad colonial, auxiliándose de la tecnología para proyectar más de 400 imágenes de pinturas, dibujos, fotografías, objetos y documentos sobre la vida, obra y trayectoria de Iván Tovar. Según su biografía inmortalizada en las paredes blancas con letras cursivas fue un dominicano exponente del surrealismo latinoamericano del siglo XX.
Emoción, curiosidad e intriga, son los sentimientos que brotan en su interior al agarrar un cojín negro y sentarse justamente en la esquina de la sala. El murmullo aumenta a medida que entran los curiosos, amantes o híbridos a la sala. “¿Quién será el artista?”, “¿Dónde nos sentamos?” “¡Ay!, quiero una foto ahí”, piensa observando su alrededor. Unos más arriesgados se toman fotografías para el recuerdo, otros se sientan en la esquina para tener una visión 360 grados del lugar. Parejas, amigos y padres con niños de unos tres a seis años entran saltando y exclamando “¡Se fue la luz, papá!”
¿Cómo identificar al turista? Es aquel que brilla con tanta alegría que su risa contagia el alma de los solitarios.
Una pareja entra agarrada de las manos y se sientan a unos ocho pasos del lateral izquierdo. El cabello rubio platinado resplandece en los rayos de luz y él acomoda un mechón de cabello detrás de su oreja. Ella sonríe.
Estaban expectantes. No querían perderse nada de lo que ocurría al alrededor. El susurro de la música amenizaba el ambiente, mientras que el brillo de los celulares iluminaba cada rostro. Las personas se sentaban en el piso, otros preferían los sillones improvisados y aquellos con acompañantes juntaban sus espaldas, porque el arte es eso “acercar las almas y brindar un pedacito de la historia dominicano en el mercado extranjero”.
La sala se oscurece e interrumpe sus lejanos pensamientos.
“Nací en San Francisco de Macorís, un 28 de marzo de 1942 a las cinco y media de la mañana, de una mujer todavía bella y de un hombre de origen español…”
Revela una voz gruesa, varonil e intimidante que llena el espacio, obligando a los espectadores a prestar atención. Figuras van y vienen. La exposición sumerge al público en un torbellino de imágenes y sonidos que recorren el piso, las paredes y el techo de manera constante.
Son ráfagas de líneas luminosas y efectos sonoros que proliferan desde los sombríos, oscuros y enigmáticos pensamientos de Tovar que lo llevan a crear obras pictóricas, esculturas imaginarias y dibujos surreales. Además de visiones tristes, armónicas y desgarradoras. Son bestias que expresan dolor, soledad y el estallido de un amor.
La fémina reconoce la voz de Félix Germán. El director de cine expresa los sentimientos, pensamientos y palabras del fenecido artista. Esa voz gruesa le regocija el alma y gira su cabeza en todas las direcciones, como si fuera un trompo que pierde el equilibrio.
Él carboniza sus recuerdos. Las llamas consumen lo que una vez sintió. Sin embargo, gotas gruesas de lluvia caen al piso humedeciendo los zapatos del público, apagando ese fuego creciente en el corazón de los que están solos.
A veces, las personas tienen que enterrar los sentimientos en el cementerio del corazón, guardándolos como una fotografía de alguien que murió. Adorándolos con el recuerdo, pero soltando desde adentro con amor.
La melancolía y el dolor invaden las figuras abstractas en sus animales. Extrañas, exóticas e inusuales figuras que toman vida propia y corren hacia el vacío, perdiéndose en algún lugar del mundo.
El audiovisual juega con los sentimientos de los espectadores, alertando a las personas con el juego de luces y el vaivén de la música. “¡Wao! Que toma”, exclama un hombre mayor con un poloché verde.
El rostro de una mujer de piel bronceada y ojos café oscuro, tan sombríos como una noche solitaria y amarga de un corazón desolado, se hace presente en las pantallas. Es María Castillo. Figuras blancas y negras adornan las paredes mientras suena una dulce pero inquietante melodía. El espectador se sumerge en el arte y deja volar la imaginación mientras la voz lírica de Castillo se desgarra de adentro hacia afuera, aunque siga en una sola pieza.
Su letra es poco legible, parecen siluetas de palabras que transmiten una tristeza arraigada en su corazón. Pero ¿El corazón es más que el órgano que bombea sangre? Todos los humanos saben lo que es amar a alguien. Si no lo hicieran jamás, ni en un millón de años o vidas, podrían sentir que las personas mueren lentamente estando perfectamente vivas.
El naranja, rojo, azul y blanco recrean la palabra María, su eterno amor, quien lo hizo sentir vivo. Iván Tovar le regala 26 palabras. Airam, vagón, café, perturbador, cama y erótico, se quedan grabadas en su memoria. Burbujas salen y llenan las paredes, el tambor retumba y el clamor de la lluvia inunda el sentido auditivo.
Las calles parisinas son recreadas con trazos de carbón y un ambiente vintage, mientras los monumentos son inmortalizados en la pantalla como un recuerdo de lo vivido. Es la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo y la Catedral de Notre Dame. Los críticos describen el arte de Tovar: “creador de una eterna imaginación…”, “es un artista universal…”, “impregnó su obra en un mundo lúcido…”
Las personas se ven felices, están disfrutando de la exposición inmersiva. Algunos comentan sobre algún objeto que les pareció interesante, otros sacan sus celulares del bolsillo y graban historias para Instagram, distrayéndose y perdiendo el hilo de los sentimientos que deben regocijarse en la mente.
La gloriosa voz de Edith Piaf corre por el torrente sanguíneo y se instala en el alma. Ella no le cantaba al amor, sino al fantasma masculino que burbujea el vientre de una mujer mientras recorren las calles icónicas de la ciudad ese maravilloso sentimiento, pero en solitario, imaginando a su idílico amado ser feliz con ella.
Son los golpes de la vida, la realidad existencial de que son momentos de felicidad en medio de un chapuzón de tristeza. Las personas son moldeadas con un lienzo blanco donde el amor pinta el alma, la piel y el corazón de colores.
Los lienzos amarillos y morados iluminan el espacio al ritmo de una melodía tranquilizante. La sangre brotó acariciando de forma zigzagueante los huesos rotos y él lloró hasta encontrar un alma pura que había cometido el gran error de enamorarse.
El crujido de un corazón roto se hace presente. Se siente que alguien tiene el órgano en la palma de su mano y lo aprieta despacio para provocar un dolor agonizante. La vida es una tormenta, una muy callada que derriba en momentos inesperados, mientras el arte cala tus huesos y se impregna en el alma como la bala que hace sentir dolor, recordando que estás vivo.
Tiembla como si sus huesos fueran a desintegrarse, con un miedo tangible en la forma en que se aprieta el estómago, como si las posibilidades de no ser amado la estuvieran comiendo de adentro hacia afuera. Se ahoga con el cúmulo de lágrimas en su interior, aquellas que quiebran su rayo de luz.
Un par de personas se arriesgan y salen antes de terminar la exposición. “¿Por qué se van? ¿Por qué no recogen las almohadas y las colocan en su lugar? Apenas han transcurrido 34 minutos, ¿cuánto falta?”, pensó, mientras veía como unas figuras abstractas se desintegran en la pantalla. Parecen huesos unidos por un hilo imaginario que mantiene la cordura.
Al levantar la mirada ve una pareja de ancianos disfrutando el espectáculo, se abrazan y acarician sus arrugadas manos. Se ríen con las ocurrencias de Iván, mientras piensa que el espacio que los separa es en realidad un espejo de lo que algún día será.
No hace falta envidiar el lienzo de alguien más solo porque la obra tiene una hoja pintada de negro.
El erotismo deja a muchos con la boca abierta. Figuras eróticas presentan las pantallas, pechos dormidos y ramos de jacintos. La satisfacción está plasmada en su rostro tanto como el placer que le desarma el corazón. Sus labios están ligeramente abiertos y sus ojos desbordan una pasión arrasadora, tan atractivos que destellan amor y lujuria.
Él cometió un crimen hermoso: sé enamoró lejos de su tierra.
El corazón late dolorosamente, compitiendo con una respiración pausada. La bruma apasionada es rota por el fuego que quiere y exige más. Cuando sus miradas se encuentran destellan deseo al arder con fuerza, tan oscuro y profundamente salvaje.
Se escuchan pisadas acercándose, la sombra, el terror y el miedo invaden la sala para dar un giro a mostrar las fotografías del artista francomacorisano mientras lo perturbador, erótico, profundo y agresivo adornan las pantallas.
Un niño de tres años, cabello rizado, vestido con un poloché rojo y tenis brinca por toda la sala y baila al son de la música. ¿Entenderá lo que ha visto? Se divierte con los juegos de luces hasta que abre la puerta y su padre corre tras él. El staff le indica la salida amablemente y el señor se disculpa cargando a su retoño.
Los colores del mundo son reflejados en burbujas rojas, azules y amarillas mientras explotan desde las paredes hasta el suelo formando la frase: “Tovar: surrealismo vivo”.
Las agujas del reloj marcan las 6:44 de la tarde, mientras el público aplaude y la sala queda a oscuras. Las personas son un punto medio en un mundo lleno de arte, aquellas que alguna vez dejarán una huella… ¿O solo serán un soplo de la humanidad?
Tal vez esas mismas personas guardan océanos de arte en su interior, pero lo descubren cuando sienten como las ganas de amar están siendo arrastradas al fondo de la creatividad ahogadas por un destello de armonía y lujuria.
Es buena llenando silencios, pero a veces la falta de sonido dice más que cualquier combinación de palabras. Le gustaría que solo una historia le hiciera llorar, pero en la vida real es donde más motivos existen para dejar caer las lágrimas.
El arte es una tormenta, una muy callada y silenciosa. Y sin saberlo ha hecho muy feliz a las personas. ¿Es eso bueno o malo? De corazones rotos y salidas a escondidas, dedicado a aquellos que han perdido el norte dentro de una obra impregnada de color: Tovar, Surrealismo Vivo.